jueves, 16 de diciembre de 2010

Tiburón ballena a la vista

Bajé corriendo la escalera de gato, recogí mis gafas, tubo y aletas, embarqué en la lancha y salimos a todo
gas a por el tiburón ballena.
En mi vida había visto uno, salvo en las impresionantes
fotografías que aparecen en las publicaciones especia-
lizadas. Por consiguiente, la posibilidad de verlo perso-
nalmente en vivo y en directo me animó lo suficiente
como para olvidar mi cansancio por las tres inmer-
siones diarias y el "estrés" por las consabidas expe-
riencias con los tiburones (los veíamos cada día, y cada
día se repetía la salida súper emocionante del agua por
la escalerilla de la lancha, rodeados por ellos). Noel y
Gualberto, nuestros amigos y guías nos dieron instruc-
ciones sobre cómo debíamos actuar si realmente lo
localizábamos, aunque éstas quedaron interrumpidas
por un poderoso grito de Noel, exclamando un glorioso
“¡ahí está!”.
Nos acercamos a poca velocidad y Noel nos dio el avi-
so para saltar. Desde luego no fui el primero en lan-
zarme al agua, más bien el último, pero mira por dónde, fui a parar prácticamente ante la enorme boca del ani-
mal. Tuve que realizar una rápida maniobra para si-
tuarme fuera de alcance, no fuere a tragárseme como
aperitivo. Logré situarme a un lado del tiburón ballena, a una distancia de poco más de un metro, viendo pasar
a mi lado su estilizado y largo cuerpo. Ver a este ti-
burón desde tan cerca me impresionó pero al mismo
tiempo me tranquilizó, y disfruté contemplando su
cuerpo con su clásica piel moteada con lunares os-
curos y sus impresionantes aletas pectorales movién-
dose rítmica y pausadamente. Después de sesenta y
pico de años de bucear ya me tocaba ver este mara-
villoso ejemplar, de unos 9 metros de longitud.

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