Rondarían las cinco de la tarde, poco después de nues-
tra llegada a Jardines, cuando ya nos encontrábamos
preparándonos para la primera inmersión. El punto de
buceo elegido para presentarnos este destino era “La
cueva del Pulpo”. El pulpo en cuestión había salido
pero… ¡Guau! Desde la superficie, y sobre un fondo de
unos veinte metros, divisé un grupo de unos diez o
doce tiburones de los llamados “cabeza dura”, que son
en realidad los típicos tiburones de arrecife o tiburones
grises, de unos 2,5 a 3 metros de longitud, paseándose
tranquilamente por un fondo tapizado de hermosos co-
rales. Con un agua de una transparencia increíble, la
visión era emocionante en grado sumo.
¡Menudo comienzo! El grupo formado por parte de la plana mayor
de la revista Buceadores (con su valiente y encanta-
dora directora Ingrid Riera y su fuera de serie director
de arte Jordi Chias), Eduardo, Noel (guía y divemaster)
y Gualberto (guía e instructor tres estrellas CMAS), emprendimos nuestra primera incursión subacuática.
Gualberto bajó rápido y escondió entre los corales del
fondo una bolsa llena de peces troceados, con el fin de
crear un estimulo olfativo que atrajera a los tiburones
de los alrededores (¡como si hiciera falta!). Al cabo de
pocos minutos, la docena de tiburones se habían
convertido en más de una veintena que, con rapidez y
elegantes pasadas, rastreaban la zona en busca del
cebo escondido y a la vez nos hacían pasadas rasantes
a los visitantes, a menos de un metro de distancia e
incluso, en alguna ocasión, rozándonos suavemente en
su afán de detectar si éramos o no comestibles. Menos
mal que el neopreno no les atrae especialmente, aunque sea Cressi.
Aún teniendo cierta experiencia en avistamientos de
tiburones, nunca había experimentado la emoción de
encontrarme en una “melé” con tantos y tan estimu-
lante proximidad. Debo de aclarar que, sin embargo, en
ningún momento experimente temor o sensación de
peligro. Evidentemente la experiencia de los guías que
nos acompañaban era una garantía de conocimiento
de las reacciones de estos “animalitos”. Ver la estiliza-
da simetría del cuerpo de los escualos dirigiéndose a
buen ritmo directamente hacía mi, mirándome fija-
mente con sus inquisitivos ojos desprovistos de parpa-
dos, despertaba en mi un cierto respeto y admiración
por la perfección de su anatomía y sus elegantes movi-
mientos.