jueves, 16 de diciembre de 2010

Christmas

“Si la vida te da razones para llorar, demuestra que tienes muchas más para soñar. Haz de tu vida un sueño y de tu sueño una realidad.”

Te deseo una feliz navidad y un próspero año nuevo. Carlos Suárez

Unas memorias de oro

Jordi Chias consiguió maravillosas imágenes con su
cámara, y yo las conseguí también con mi cámara per-
sonal, grabándolas en mi cerebro. Así, después de ya
mucho tiempo, puedo visionarlas nuevamente tan sólo
cerrando mi ojos y evocando aquellas extraordinarias
vivencias en los inolvidables Jardines de la Reina, vi-
vencias que se suman a mis muchas experiencias sub-
marinas que, en su día, cuando sea ya mayorcito, podré
contar a mis nietos y, quién sabe, también a mis bisnie-
tos cuando me vea obligado a dejar mis actividades
subacuáticas. Pero así y todo, cuando este día llegue, siempre me quedará el consuelo de exclamar: “esto se
acabó, pero que me quiten lo bailao”.

Tiburón ballena a la vista

Bajé corriendo la escalera de gato, recogí mis gafas, tubo y aletas, embarqué en la lancha y salimos a todo
gas a por el tiburón ballena.
En mi vida había visto uno, salvo en las impresionantes
fotografías que aparecen en las publicaciones especia-
lizadas. Por consiguiente, la posibilidad de verlo perso-
nalmente en vivo y en directo me animó lo suficiente
como para olvidar mi cansancio por las tres inmer-
siones diarias y el "estrés" por las consabidas expe-
riencias con los tiburones (los veíamos cada día, y cada
día se repetía la salida súper emocionante del agua por
la escalerilla de la lancha, rodeados por ellos). Noel y
Gualberto, nuestros amigos y guías nos dieron instruc-
ciones sobre cómo debíamos actuar si realmente lo
localizábamos, aunque éstas quedaron interrumpidas
por un poderoso grito de Noel, exclamando un glorioso
“¡ahí está!”.
Nos acercamos a poca velocidad y Noel nos dio el avi-
so para saltar. Desde luego no fui el primero en lan-
zarme al agua, más bien el último, pero mira por dónde, fui a parar prácticamente ante la enorme boca del ani-
mal. Tuve que realizar una rápida maniobra para si-
tuarme fuera de alcance, no fuere a tragárseme como
aperitivo. Logré situarme a un lado del tiburón ballena, a una distancia de poco más de un metro, viendo pasar
a mi lado su estilizado y largo cuerpo. Ver a este ti-
burón desde tan cerca me impresionó pero al mismo
tiempo me tranquilizó, y disfruté contemplando su
cuerpo con su clásica piel moteada con lunares os-
curos y sus impresionantes aletas pectorales movién-
dose rítmica y pausadamente. Después de sesenta y
pico de años de bucear ya me tocaba ver este mara-
villoso ejemplar, de unos 9 metros de longitud.

La anécdota

En una de estas inmersiones entre tiburones, y mientras ya
nos habíamos posicionado sobre el lecho marino, los tiburones
empezaron a dirigirse hacia mi puesto de observación, pasando
a muy poca distancia. Empecé a preocuparme cuando detecté
que algún tiburón me pasaba rozando mi blanca cabellera, al
mismo tiempo que algún otro me “acariciaba” con su hocico mis
bien torneadas piernas. Llegué a pensar que se debía a mi “sex
appeal” personal, o quizá a un cierto homenaje a la tercera edad, pero lo cierto es que su persistencia era acongojante, por no
usar otra palabra de fonética parecida. Mis dudas se disiparon
cuando vi que Noel se dirigía nadando a buen ritmo hacia mi,
señalando con su dedo índice el punto que yo había escogido
como puesto de observación, añadiendo otro gesto que, sin lugar
a dudas, quería decir ¡comida! Total, que sin apercibirme de ello, me había situado precisamente en el mismísimo lugar donde
Gualberto había escondido la comida. Es decir, lo del “sex
appeal” nada de nada, y sí un despiste total por mi parte. Al salir
de la emocionante inmersión, de una pieza, eché de menos un
buen desodorante.

Franco, el cocodrilo


En esta crónica sobre los inolvidables Jardines de la
Reina no podemos omitir a Franco, un enorme coco-
drilo de cuatro metros de longitud que andaba entre
los manglares que rodeaban las instalaciones del
Tortuga, el hotel flotante donde nos hospedábamos.
Este impresionante reptil tenía por costumbre visitar
por las noches el hotel y “sonreía” amablemente a los
huéspedes con su descomunal dentadura.

El nombre de Franco no tiene connotaciones
políticas, es decir no se refieren a nuestro
Franco (que en paz descanse, ¡si puede!), sino
que le pusieron este nombre porque coincidía
con el nombre de uno de los hijos de los pro-
motores de Jardines. El niño creció y el coco-
drilo también, que ahora es parte integrante
de las singularidades de este apasionante des-
tino del Caribe cubano. Las visitas eran desde
luego interesantes e interesadas, porque en
realidad el animalito acudía cuando Noel le
llamaba persuasivamente y le ofrecía suculen-
tos pedazos de pollo. Era impresionante ver la
rapidez y voracidad con que atrapaba la co-
mida, a pesar de que parecía estar dormitan-
do. Ya que estamos en ello os contaré que el
extenso y hermoso archipiélago de los man-
glares de los Jardines de la Reina, con aguas
mansas y transparentes que invitan al baño, están habitadas por numerosos cocodrilos y
no resulta recomendable darse un chapuzón

Un jardín de colores

Durante los siguientes días recorrimos los maravillosos
fondos caribeños para calmar los nervios del “shark
feeding” y del “shark frenzy” (perdonadme el uso de
anglicismos, pero así están aceptados por los centros
de buceo) y visitar las magnificas formaciones de co-
rales que, a profundidades de tan sólo 15 m, ya desta-
caban por su riqueza en colorido y gran tamaño, espe-
cialmente en el caso de algunos ejemplares de espon-
jas, que resultaban realmente excepcionales.
Aunque habíamos dejado atrás la concentración de ti-
burones, siempre teníamos siguiendo nuestros pasos
tres o cuatro escualos de la especie “cabeza dura”, que
nos escoltaban con una persistencia encomiable, obse-
quiándonos con ceremoniosas pasadas para mantener
la emoción, cosa que sin duda conseguían.
El recorrido por los arrecifes era un paseo increíble
por una zona que puede considerarse poseedora de
los fondos más hermosos y bien conservados del
Caribe por la abundancia de su fauna y por el tamaño
de determinadas especies, especialmente los diversos
tipos de meros tropicales que iban siguiendo con
enorme curiosidad nuestros pasos. Cuando Colón des-
cubrió este archipiélago de 250 islotes y comentó que
constituían un jardín digno de la Reina, ignoraba que el
jardín que se extendía mas allá de la superficie del mar
era no sólo digno de la reina, sino de toda la corte en
pleno. Si Cristóbal Colón hubiera dispuesto de una cer-
tificación de buceo, a buen seguro se habría vuelto
loco ante tanta maravilla.

Entre una melé de tiburones

Rondarían las cinco de la tarde, poco después de nues-
tra llegada a Jardines, cuando ya nos encontrábamos
preparándonos para la primera inmersión. El punto de
buceo elegido para presentarnos este destino era “La
cueva del Pulpo”. El pulpo en cuestión había salido
pero… ¡Guau! Desde la superficie, y sobre un fondo de
unos veinte metros, divisé un grupo de unos diez o
doce tiburones de los llamados “cabeza dura”, que son
en realidad los típicos tiburones de arrecife o tiburones
grises, de unos 2,5 a 3 metros de longitud, paseándose
tranquilamente por un fondo tapizado de hermosos co-
rales. Con un agua de una transparencia increíble, la
visión era emocionante en grado sumo.
¡Menudo comienzo! El grupo formado por parte de la plana mayor
de la revista Buceadores (con su valiente y encanta-
dora directora Ingrid Riera y su fuera de serie director
de arte Jordi Chias), Eduardo, Noel (guía y divemaster)
y Gualberto (guía e instructor tres estrellas CMAS), emprendimos nuestra primera incursión subacuática.
Gualberto bajó rápido y escondió entre los corales del
fondo una bolsa llena de peces troceados, con el fin de
crear un estimulo olfativo que atrajera a los tiburones
de los alrededores (¡como si hiciera falta!). Al cabo de
pocos minutos, la docena de tiburones se habían
convertido en más de una veintena que, con rapidez y
elegantes pasadas, rastreaban la zona en busca del
cebo escondido y a la vez nos hacían pasadas rasantes

a los visitantes, a menos de un metro de distancia e
incluso, en alguna ocasión, rozándonos suavemente en
su afán de detectar si éramos o no comestibles. Menos
mal que el neopreno no les atrae especialmente, aunque sea Cressi.
Aún teniendo cierta experiencia en avistamientos de
tiburones, nunca había experimentado la emoción de
encontrarme en una “melé” con tantos y tan estimu-
lante proximidad. Debo de aclarar que, sin embargo, en
ningún momento experimente temor o sensación de
peligro. Evidentemente la experiencia de los guías que
nos acompañaban era una garantía de conocimiento
de las reacciones de estos “animalitos”. Ver la estiliza-
da simetría del cuerpo de los escualos dirigiéndose a
buen ritmo directamente hacía mi, mirándome fija-
mente con sus inquisitivos ojos desprovistos de parpa-
dos, despertaba en mi un cierto respeto y admiración
por la perfección de su anatomía y sus elegantes movi-
mientos.


Un viaje inolvidable

A los ochenta y seis años de edad, y después de se-
senta y dos años de inmersiones por este mundo
(1948-2010), realicé las mejores y más emocionantes
buceadas de mi vida en un lugar privilegiado, conside-
rado uno de los mejores destinos de buceo del Caribe.
¡Se trata de Los jardines de la Reina!
Durante nuestros 5 días de estancia en Jardines reali-
zamos 16 inmersiones, a cada cual mejor. Pero como
no disponemos de las suficientes páginas como para
contaros todas mis vivencias, que no son pocas, pro-
cederé a relataros aquellas que podrían resumir mejor
un viaje que jamás olvidaré.